Coronas de mierda

El siguiente texto lo escribió Lydia Aquino, en su blog lydiaaquino.wordpress.com, si bien cita al país de Puerto Rico podemos cambiarle el nombre y ponerle el país en el que cada una de estas locas que leen vivimos que va seguir sin perder una gota de sentido. Espero que les guste!

Mi país siente una fascinación extraña con las mujeres flacas en bikini que se ven espectaculares en traje de gala y no saben contestar una pregunta en oraciones completas.

Los certámenes de belleza son el deporte nacional por excelencia. Por años, nos hemos sentado frente al televisor a glorificar a estas mujeres hermosas y brutas mientras nos olvidamos de los verdaderos logros de nuestra sociedad. Hay algo de ver una mujer bella con el nombre de tu país sobre un par de tetas de embuste que nos enciende el orgullo patrio. La realidad es que me revienta cuando dicen que las reinas de belleza son modelos a seguir cuando, de las cinco Miss Universo que ha tenido Puerto Rico, solamente una terminó estudios universitarios. Más méritos tienen los seis estudiantes de escuela pública que lograron posicionarse en las 10 puntuaciones más altas del College Board, pero como esos estudiantes no salen en la portada de Teve Guía, no nos importa. Así es mi país, farandulero hasta el tuétano.

Cada vez que hay un Miss Puerto Rico, se cambia el canal de la novela al certamen y prendemos la computadora para despotricar a niñas de 18 años que sacuden sus melenas de extensiones con rizos de tenazas, que llevan meses comiendo solamente atún de lata y huevo hervido y sonríen con sus dientes Colgate perfeccionados con la más altas tecnología de la odontología. Nos convertimos en un circo y las candidatas son nuestros payasos. Comienza a llenarse el News Feed de Facebook con gente opinando que si Miss Barranquitas tiene estrías, que si la nariz de Miss Río Grande se la deben operar y que Miss Bayamón es la que debe ganar y, si no, esto está vendido. Si somos reflejo de lo que decimos cuando hay un concurso de belleza somos un lechón navideño revolcándonos en nuestro fango.

La parte de la comedia que más me gusta es la dichosa pregunta por el  morbo de ver con mis propios ojos el famoso estereotipo de que si eres linda, tienes la cabeza hueca. Pretendemos que esta niña que ya le duele el pelo de tanto postizo que lleva agarrado al cráneo, que le aprietan los zapatos de seis pulgadas que lleva puestos hace horas y que tiene un hambre descomunal, nos arregle los problemas del país.  Recuerdo como Raymond Arrieta le pidió a una finalista que metiera la mano en una pecera tecata y sacara un número, así mismo, como si estuviéramos viendo el sorteo de Pega 3, seguido de: “Le corresponde responder la pregunta de la Primera Dama”. ¿Me quieren decir que la Primera Dama de Puerto Rico no tenía nada mejor que hacer que estar en el Centro de Bellas de Santurce por horas viendo culos embarrados de Dermablend? La famosa pregunta fue: “¿Qué le dirías a un joven acabado de graduarse de la universidad que se quiere ir de Puerto Rico a buscar trabajo para que se quede?”.  Y la pobre niña empezó a tartamudear, en vez de responderle: “Pregúntale a tu marido, a él le pagan para eso”.

No me sorprende que la Primera Dama estuviera allí y tampoco me sorprende que la transmisión del certamen sea el espectáculo más visto.  Cómo escogemos a Miss Puerto Rico es cómo escogemos a nuestro gobernador. Primero miramos a los candidatos de arriba abajo y analizamos su apariencia, que si la juventud de Hernández Colón lo hacía ver como a un JFK boricua, que si Roselló tenía ojos azules y corría jet ski, y García Padilla era guapo y su mujer era elegantísima. En los debates se les pregunta sobre economía, bienestar social, justicia, educación, entre otros, y los candidatos a la gobernación contestan lo que les sale del culo, tirándole piedras al contricante como si éste fuera María Magdalena. Es más importante hacer ver mal el que está al lado tuyo que hacerte ver bien a ti mismo. Nos conformamos con cualquier idiota que quiera ser gobernador y votamos para que el otro no gane. Después nos preguntamos por qué el país está jodí’o cuando la respuesta es simple: el problema de Puerto Rico somos los puertorriqueños.

Entonces comienzan a hablar los analistas políticos, y en el caso de los certámenes de belleza son los missiólogos. ¿Qué carajo es un missiólogo? Pues un experto en certámenes de belleza. Claro está, esa especialidad es fundamental para el desarrollo del futuro de un país. Nos explican que fulana está mal peinada y eso le va a costar puntos, que las plumas del traje de zutana no están a la altura, que debió llevar un vestido de Carlos Alberto, y que los ojos de mengana son los que busca Donald Trump. Para colmo, las ponen a bajar escaleras en traje largo para que se escocoten y, con ellas, nuestra dignidad de país civilizado ruede por El Morro como Susan.

El vocabulario típico de una reina de belleza es el mismo que el de un político. Consiste de cinco palabras: perseverancia, juventud, metas, tergiversar y gracias. Como un papagayo, todas encuentran meter esas palabras en sus contestaciones aunque no tenga sentido. Lo más que me rejode es cuando les preguntan porqué quieren ser Miss Puerto Rico y todas contestan, tratando de aplicar lo que les enseñaron en las clases de dicción, negando nuestro típico acento: “Para representar dignamente a la mujer puertorriqueña. Gracias”. Yo soy mujer y soy puertorriqueña y a mí me representan Sylvia Rexach, Julia de Burgos y Lolita Lebrón, no una pendeja como tú. Gracias.

¿Por qué sé esto? A mis tiernos 16 años me dió con participar en un certamen de belleza. La verdad es que no sé cómo mi madre me dejó, pero ya la perdoné. Estar rodeada de tanto estrógeno me causaba ansiedad y recuerdo el día de las entrevistas cuando le preguntaron a otra concursante que cuál era su libro favorito, ésta contestó que el diccionario.  Al escucharla me dieron ganas de encontrar la edición más reciente del Diccionario de la Real Academia Española y tirárselo en la cabeza, pero probablemente con la cabeza vacía que tenía, me hubiera rebotado y eso hubiera sido peor. Allí estuve semanas aprendiéndome una coreografía al ritmo de una canción que sonaba como si la estuviera cantando Xuxa.

Cuando era chiquita vivía en un monte, sin cable y sin internet y los certámenes eran el glamour más grande que podía ver por la televisión.  Mami nunca se los perdía y veo como si fuera ahora a Anna Santisteban bajando por las escalinatas de la escenografía echa con paneles huracanados pintados de blanco mientras un playback cantaba: “Me siento muy feliz, me embarga la emoción. Puerto Rico tendrá el placer de tener un reinaaaaaa feliiiiiiiz”. Siempre pensé que fue obra del mismo compositor que hizo el tema introductorio del show de Iris Chacón. Esa fue mi primera mirada a los concursos de belleza. Estar dentro de uno fueron otros 20 pesos.

Vi niñas de 15 años maquillándose las piernas con panstick Max Factor, memorizándose respuestas sin saber las preguntas y usando más relleno que el que mi hermana ha utilizado en toda su vida. Me puse los zapatitos taupé, caminé con sandunguería en mi traje de baño lleno de escarcha y me puse un corset baby blue diseñado por Luis Antonio con el que casi no podía respirar, pero me hacía ver como Scarlet O’Hara con 18 pulgadas de cintura, y eso era lo que importaba. Cuando llegó la ronda de las semifinalistas, Carlos Ochoteco me pregunta: “Quieres visitar Egipto porque fue una de las primeras civilizaciones en ser gobernadas por la mujer, ¿te consideras feminista?” Say what?! La rebeldía y picardía que me acompañaba en mi adolescencia contestó: “Por supuesto que sí.  El feminismo es alcanzar la igualdad con los hombres y admiro a todas las mujeres que han luchado por eso.” Doy pelo y me voy. A la que viene detrás de mí le preguntan: “Dices que tus clases favoritas en la escuela son español e inglés, pero dinos de verdad, ¿cuál prefieres?” Say what?! Me dieron ganas de regresar al escenario y decirle a Carlos Ochoteco: “Helloooo!!! Desigualdad de nivel de dificultad”. Paso a la ronda final, llego segunda finalista, me dan un ramo de flores, se acaba el certamen, me quito las tacas y me como un hamburger. El mundo volvió a ser normal, excepto por la deuda y la experincia adquirida. Entre inscripicón, taquillas, vestuario, gasolina y otros gastos, la cuenta subió a casi $15,000 del bolsillo de mi madre. Desde ese momento, cada vez que una candidata iba a su farmacia a pedirle donativos para participar en un certamen, mi madre le contestaba: “A este comercio entran a diario decenas de personas haciendo recolectas, desde niños pidiendo para los uniformes del equipo de baloncesto, hasta personas enfermas que necesitan costearse un transplante de médula ósea. ¿Tú prefieres que te dé el dinero a ti y no a ellos? Un certamen de belleza no es una prioridad, es un capricho. Mi hija, esa que esta ahí”, señalándome a mi, que iba a trabajar de cajera con la cara lavada, en chanclas, espejuelos, pelo recogido en una cebolla y con un sueño eterno, “participó en un certamen y yo le pagué todo. Si no tienes dinero para participar, no participes. En la vida hay prioridades y ser Miss Piña Colada no debe ser una de ellas”. ¡Coño! A la verdad que amo a mi madre. Después de la fanfarria, salir en televisión y la revista Vea, mi vida siguió su rumbo. Me fui a la universidad y todo quedó en un VHS que guardó mami.

Entonces me pregunto, ¿por qué lo hacemos? La única respuesta es por fama. Unos deseos de ser famoso que se van incrementando por la falta de reconocimiento. Los políticos lo saben. Quieren llegar a gobernador por poder, por dinero y porque se les reconozca todo lo que se le ha escupido hasta entonces. Se montan en una caravana, agitan sus manos de lado a lado, besan a las viejitas hasta que se les pega la peste a polvo Maja, para tratar de convencer a un pueblo a que vote por ellos, a sabiendas que después de cuatro años esas mismas personas lo van a odiar por el resto de sus vidas. Las misses son iguales, con la única diferencia que las que apestan a polvo Maja son ellas. Entran a un certamen para que se les reconozca, para creerse que son las mujeres más bellas de Puerto Rico, darle un autógrafo a una persona que cuando no gane Miss Universo la va a odiar y cuando coronen a la nueva reina, se olvidarán de ella porque fue la del año pasado. Lo que me encabrona de estas mujeres es la hipocresía de negarlo. Si quieres ser actriz, coge clases de actuación. Si quieres ser cantante, graba un demo. Si quieres salir en la televisión, busca un agente.  Pero no me digas que quieres ayudar a los niños enfermos de cáncer y en vez de subir a tu auto y llegar al Hospital de Niños San Jorge, te subes al auto para ir al gimnasio. La diferencia es la siguiente, cuando Benicio del Toro se ganó un Oscar, la entonces gobernadora de Puerto Rico, Sila María Calderón, le ofreció un gran recibimiento y éste le contestó que se ahorrara el dinero y lo invirtiera en la educación del país. Esta acción jamás la haría una reina de belleza. Y este no es solo el problema de ellas.  Este es el problema de nuestra sociedad.

Hay un refrán que dice que es mas fácil ver la paja en el ojo ajeno que ver la viga en nuestro propio ojo. Criticamos a una niña porque se puso un traje amarillo pollito y no supo contestar una pregunta, pero no nos preguntamos qué nosotros le diríamos a ese joven universitario acabado de graduar para que no se vaya del país. Le decimos a una candidata que ha participado varias veces que es “reciclada”, cuando en este país no se recicla ni una lata de cerveza Medalla. Criticamos a Javier Culson por que no ganó oro en las Olimpiadas e inventamos la palabra “culsonazo” cuando nuestra candidata llega a finalista en el Miss Universe y no gana, pero a su vez odiamos a Gigi Fernández porque ganó oro representando a Estados Unidos. Jaime Espinal nació en República Dominicana, representó a Puerto Rico, nos dió la primera medalla olímpica de plata en su deporte y dudo mucho que los dominicanos lo odien por eso. Enrique Laguerre se convierte en el primer escritor puertorriqueño en ser nominado a un Premio Nóbel de Literatura y nadie se enteró, no le hicieron una caravana del aeropuerto a La Fortaleza y no nos dieron un día libre. Odiamos a Venezuela porque tiene dos Miss Universo más que nosotros, en vez de quererlos por haberle otorgado a nuestro Eduardo Lalo el premio literario más importante de Latinoamérica. Rechazamos quiénes somos cuando se le cambia el cognomento a Lares de “Altar de la Patria” a “Ciudad de mujeres hermosas” porque es más importante ver aceras de nenas lindas que enaltecer el momento mas significativo de lucha política en nuestra historia. La triste realidad es que mientras nos siga importando más que Zuleyka haga de mala en una telenovela, que Denise saliera con Calle 13 y que Dayanara le pida a Marc que le subiera la pensión, seguiremos coronándonos de pura mierda.

Ni sumisa ni devota... Libre, Linda y Loca =)

Hola loca, espero que te haya gustado el blog y vuelvas pronto, con todo el cariño de una loca a otra =)